LA
BATALLA DE LA PORNOGRAFÍA EN LA CULTURA ACTUAL
Por
Jaime Nubiola (*)
Jornadas Humanísticas El
Poblado, Torreciudad, 27 agosto 2003
1.
Introducción
En primer lugar quiero
agradecer muy vivamente la invitación de Francisco de Andrés para impartir esta
sesión sobre una cuestión que me parece realmente importante en la conformación
de la sociedad y en la vida corriente de cada uno. Hace unas semanas di esta
sesión en la Universidad de Navarra en un curso de doctorado para jóvenes
profesores universitarios, y pensé que podría interesaros también a vosotros. Al
menos a mí me interesa y mucho el feedback de un grupo de estudiantes tan
selecto como el vuestro[1].
Muchos de nosotros, a
pesar de los filtros instalados, recibimos a diario en nuestro buzón de correo
electrónico anuncios de la pornografía más asquerosa y degradante que los seres
humanos han sido hasta el momento capaces de imaginar. No hace mucho me llegaba
un anuncio invitándome a ganar dinero convirtiendo mi web en una tienda
de pornografía mediante pago por teléfono. Como argumento de peso en favor de la
oferta indicaban que en la actualidad hay 250 millones de usuarios de internet y
que el 75% del uso es para pornografía. Quizá no sean fiables esas cifras, pero
de un reciente reportaje acerca de Google me llamaba la atención que
reciben 150 millones de consultas diarias desde más de 100 países y que el tema
por el que más se interesa la gente de todos esos países es el sexo[2]. Si se
busca "sex" en Google proporciona en 0,08 segundos la friolera de 194 millones
de resultados. Estos datos circunstanciales hacen pensar que la pornografía está
mucho más difundida de lo que la torre de marfil académica tiende pudorosamente
a pensar. En este sentido, resulta muy expresivo el título del libro francés
La marea negra de la pornografía. Una plaga de orígenes y de consecuencias
mal conocidos[3].
En nuestra sociedad hay
una notoria contradicción en toda esta materia, pues si bien relega la
pornografía a las salas-X, a las zonas especiales de los videoclubs o las sex
shops sin escaparates, valora por el contrario muy positivamente el erotismo
tal como muestran constantemente los medios de comunicación, la publicidad o las
modas. Las transparencias y exhibiciones de las modelos en los desfiles de alta
costura son un preciso indicador de este ambiente erotizado que multiplican los
medios de comunicación. Quizá por ello muchas personas tienden a pensar que el
erotismo es un valor cultural que puede llegar a ser un arte exquisito y
sofisticado, mientras que la pornografía no sería otra cosa que el erotismo
degradado para consumo de los incultos, pobres, o viciosos. Dicho al revés, esas
personas piensan que si la pornografía está hecha de una manera artística puede
ser aceptada bajo el nombre de erotismo. "No soy de los que consideran que el
valor artístico lo absuelva todo", escribe a este respecto Umberto Eco[4]. Yo
tampoco. Más aún, pretendo persuadiros —o al menos haceros considerar— que un
mundo sin pornografía sería un mundo mucho mejor que el presente, y que por
tanto, como intelectuales y humanistas, tenemos la obligación de poner todas
nuestras fuerzas intelectuales y personales en favor de ese mundo
mejor.
Para ello, en mi
exposición deseo en primer lugar intentar clarificar un poco los conceptos y la
terminología en torno a la pornografía y al erotismo; en segundo lugar, desearía
abordar brevemente el problema del desnudo artístico y el arte erótico; en
tercer lugar, trataré de identificar las coordenadas principales de la
pornografía, y en cuarto lugar me gustaría apuntar algunas de las claves con las
que —a mi entender— cabría afrontar toda esta cuestión. Voy a incluir en mi
exposición algunos textos, que faciliten vuestro estudio personal posterior y la
discusión de un tema tan complejo, rico en matices y de tan hondas repercusiones
prácticas.
2. Aclaraciones
terminológicas y conceptuales en torno a "pornografía" y
"erotismo"
Se dice de la pornografía
que es difícil de definir, pero muy fácil de reconocer. Mucha gente para
dilucidar este tipo de cuestiones suele acudir en primer lugar al Diccionario de
la Real Academia, pues en ese diccionario vienen registradas distinciones muy
sutiles que operan en nuestra cultura a través de la lengua. En nuestro caso,
las definiciones de los dos términos que nos ocupan son las
siguientes[5]:
Pornografía. Carácter
obsceno de obras literarias o artísticas. 2. Obra literaria o artística de este
carácter. 3. Tratado acerca de la prostitución.
Erotismo. Amor sensual.
2. Carácter de lo que excita el amor sensual. 3. Exaltación del amor físico en
el arte.
Lo que más llama la
atención de ambas definiciones es quizás la proximidad entre ambos términos, con
la diferencia importante de que la pornografía es considerada "obscena", esto
es, como algo que no debe aparecer en escena, y está relacionada con la
prostitución, mientras que el erotismo alude más bien a la exaltación de la
dimensión física y sensual del amor. Sin duda resultan útiles estas definiciones
del diccionario, pero me parece que quizá puede resultarnos todavía más útil lo
que escribió a este respecto el novelista Walker Percy, refiriéndose en
particular a los libros: la pornografía se diferencia de otros escritos en que
hace algo que los otros libros no hacen. Hay novelas que aspiran a entretener, a
decir cómo son las cosas, a crear personajes y aventuras con los que el lector
pueda identificarse. En cambio, la pornografía hace algo completamente
diferente: trata de modo completamente deliberado de excitar sexualmente al
lector. Esto es algo en lo que podemos estar de acuerdo los cristianos y los no
cristianos, los científicos y los profesores de lengua, pues no tiene gran
misterio. La pornografía, que es una transacción con signos, no es realmente
diferente de la salivación del perro de Pavlov al oír el sonido de la campana
que ha aprendido que "significa" que llega la comida[6].
Percy en esas páginas
proporciona una verdadera definición pragmática de "pornografía". Son obras
pornográficas aquellas que se hacen, se comercializan y se consumen como
excitantes sexuales[7]. No es una cuestión de qué se exhibe, hasta dónde se
enseña, sino que guarda relación directa con los propósitos de sus autores. Se
trata de productos comerciales diseñados para producir o favorecer la excitación
sexual de la audiencia encarnando sus fantasías sexuales[8]. Obviamente tienen
estas condiciones las películas que se proyectan en las salas especiales con
esta finalidad, las que se venden en las zonas correspondientes de los
videoclubs, o las imágenes que se distribuyen gratuitamente o de pago a través
de internet. Así lo saben tanto sus distribuidores como sus
consumidores.
Sin embargo, la frontera
entre estos productos y la llamada "pornografía de lujo" —que aspira a ser
aceptada bajo el rótulo de "erotismo"— es del todo borrosa. Nadie duda de la
fuerte carga pornográfica de algunas películas que aspiran a aunar una cierta
calidad técnica con un mayor éxito comercial mediante la explotación
publicitaria de la novedad transgresora en materia sexual, intercalada con otras
escenas de notable valor lírico o con historias de gran fuerza expresiva.
Cuántas personas que jamás acudirían al cine para ver una película pornográfica
son capaces de asistir so capa de arte, literatura o cosa parecida a las escenas
de intimidad sexual más explícitas que jamás hubieran podido
imaginar.
La realidad de las
películas o los programas de televisión en nuestro país —en particular los
reality shows—son del todo explícitos a este respecto, y cuando son
programas aparentemente inocuos, las pausas para la publicidad hacen evidente la
intensa erotización de nuestra sociedad. "La saturación de sexo en la publicidad
–me escribía un publicista parafraseando una carta de un lector en El
País– está banalizando hasta tal extremo el mensaje publicitario que resulta
cada vez más difícil encontrar la frontera entre una marquesina de moda (por
poner un ejemplo) y el último número de Penthouse". De manera semejante,
como una de las actividades que más excitan sexualmente a los seres humanos está
el ver desnudarse a una persona del sexo opuesto[9], muchos guiones de películas
"exigen" a sus protagonistas estar permanentemente entrando y saliendo de la
ducha, o muchos anuncios de colonia requieren de sus modelos que aparezcan en
escena tal y como vinieron al mundo.
3. El desnudo artístico y
el arte erótico
Las calles de las grandes
ciudades de los países católicos, desde Buenos Aires hasta Roma pasando por
Madrid o Barcelona, están llamativamente adornadas por los más sofisticados
anuncios de lencería íntima o de mínimos trajes de baño, o si anuncian cerveza o
whisky, a menudo quienes aparecen en los anuncios lucen también un muy escaso
vestuario. No suele suceder así en las ciudades angloamericanas, que son de
tradición puritana. La tradición católica ha convivido con el desnudo bastante
bien quitando y poniendo estratégicas hojas de parra al vaivén de los cambios de
la sensibilidad cultural en esta materia, incluida la Capilla Sixtina.
La enseñanza de la
Iglesia Católica en todo este campo "no es efecto de una mentalidad puritana ni
de un moralismo estrecho, así como no es producto de un pensamiento cargado de
maniqueísmo"[10]: no está en contra del desnudo artístico, sino radicalmente en
contra de la desnaturalización del sexo mediante su utilización comercial o su
deliberada exhibición ante terceras personas, porque tales conductas degradan la
dignidad de la comunicación sexual y envilecen a las personas. A este respecto,
vale la pena —me parece— recordar la luminosa enseñanza de Juan Pablo II en su
catequesis de 1981:
En el decurso de las
distintas épocas, desde la antigüedad —y sobre todo, en la gran época del arte
clásico griego— existen obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su
desnudez; su contemplación nos permite centrarnos, en cierto modo, en la verdad
total del hombre, en la dignidad y belleza —incluso aquella "suprasensual"— de
la masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en sí, como escondido, un
elemento de sublimación, que conduce al espectador, a través del cuerpo, a
todo el misterio personal del hombre. En contacto con estas obras —que por su
contenido no inducen al "mirar para desear" tratado en el Sermón de la Montaña—,
de alguna forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que corresponde y
es la medida de la "pureza del corazón".
Digámoslo con otras
palabras, el desnudo es —puede ser cuando es artístico— hermoso, muy hermoso e
incluso tira de nosotros "hacia arriba": es un elemento de sublimación. A mí me
gusta recordar el comentario incidental que hace Juan Pablo II en su encíclica
Mulieris dignitatem con ocasión del relato bíblico de la creación de Eva.
Recordáis la escena: Dios ha infundido un sueño profundo a Adán y forma de su
costilla a Eva. Al despertarse Adán y ver a Eva desnuda enfrente de él, grita:
"¡Guau! ¡Eres carne de mi carne y hueso de mis huesos!" y añade el Papa: "La
exclamación del primer varón al ver la mujer es de admiración y de encanto:
abarca toda la historia del ser humano sobre la tierra"[11]. Aquel grito de Adán
lleno de admiración y de encanto atraviesa la historia de la humanidad y llega,
sin duda, hasta nosotros hoy.
Sin embargo, prosigue
Juan Pablo II en el texto antes comenzado, hay también producciones artísticas
—y quizás más aún reproducciones [fotografías]— que repugnan a la sensibilidad
personal del hombre, no por causa de su objeto —pues el cuerpo humano, en sí
mismo, tiene siempre su inalienable dignidad—, sino por causa de la cualidad o
modo en que se reproduce artísticamente, se plasma, o se representa. Sobre ese
modo y cualidad pueden incidir tanto los diversos aspectos de la obra o de la
reproducción artística, como otras múltiples circunstancias más de naturaleza
técnica que artística.
Es bien sabido que a
través de estos elementos, en cierto sentido, se hace accesible al espectador,
al oyente, o al lector, la misma intencionalidad fundamental de la obra
de arte o del producto audiovisual. Si nuestra sensibilidad personal reacciona
con repugnancia y desaprobación, es porque estamos ante una obra o reproducción
que, junto con la objetivación del hombre y de su cuerpo, la intencionalidad
fundamental supone una reducción a rango de objeto, de objeto de "goce",
destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma. Esto colisiona con
la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional del arte y de la
reproducción[12].
Este texto de Juan Pablo
II —y otros muchos suyos que se podrían aportar desde su libro Amor y
responsabilidad— sugiere claramente que los problemas no están en el
desnudo, sino en la intencionalidad del autor que reduce el cuerpo a objeto de
goce para satisfacer su concupiscencia o la concupiscencia del espectador en
lugar de ser genuina expresión de la intimidad personal.
4. La pornografía no es
arte, sino explotación sexual
La pornografía existe en
la literatura universal con cierta profusión al menos desde los griegos: a
cualquier ciudadano de principios del siglo XXI el Lisístrata de
Aristófanes sonroja todavía por su procacidad. Obras de este tipo, aunque se
presenten a veces como literatura o arte, no son más que pornografía. Machado la
llama "esa baja literatura que halaga no más la parte inferior del centauro
humano"[13] o Magris —utilizando una expresión de Céline— la califica como el
"bidet lírico"[14]. Como señaló agudamente Steiner, a pesar de los frecuentes
elogios acerca de la potencialidad creativa del sexo, la cruda realidad de la
pornografía es siempre monótonamente la misma y "no tiene una importancia
literaria eminente"[15]. En cambio, lo que sí ha cobrado una creciente
importancia a lo largo del siglo XX es la pornografía audiovisual tanto por el
formidable crecimiento de los medios de comunicación audiovisuales —en los
últimos años internet— como por la denominada "revolución sexual" de los
años 60, que ha hecho prácticamente banal tanto la exhibición de la intimidad
conyugal como de todo tipo de perversiones. Realmente, en nuestra sociedad
occidental sólo se considera verdaderamente reprobable la denominada
"pornografía infantil", esto es, el abuso sexual de niños[16], mientras que las
demás conductas sexuales se presentan simplemente como "opciones sexuales" de
seres humanos adultos.
Sin embargo, las
conclusiones de los estudios llevados a cabo —algunos con gran rigor científico
y experimental— de las películas pornográficas que hay en el mercado muestran
con claridad que la pornografía es una expresión más de la multisecular
explotación de las mujeres como objetos de uso por parte de los varones. No
sólo la pornografía es consumida principalmente por varones[17], sino que las
películas pornográficas para varones incluyen elementos y temas sistemáticamente
ofensivos y degradantes para las mujeres: las mujeres suelen ser presentadas
explícita o de una manera implícita como esclavos sexuales[18]. Incluso "los
resultados han demostrado que los varones responden psicosexualmente más que las
mujeres tanto a los vídeos para varones como a los vídeos para mujeres"[19].
Lamentablemente es cierto que en algunos casos puede hablarse de la complicidad
de la mujer en su victimización, pero ello no hace más que agravar la
situación.
Las afirmaciones que
acabo de hacer resultan de una gran importancia para entender la pornografía y
dan también razón de que el origen clásico del término "pornografía" sea el de
escritura (grafia) relativa a la prostitución (porneia). Para sus
consumidores las imágenes pornográficas son un sustituto audiovisual de la
prostitución, más higiénico, más económico, e incluso puede que más práctico. A
su vez, la prostitución es un sucedáneo, un sustituto degradado, irresponsable y
pasajero, de la genuina comunicación amorosa humana. Mientras en el amor humano
hace falta la libre voluntad de entrega mutua de un varón y de una mujer, en la
prostitución bastan de ordinario el dinero y el deseo del varón y la necesidad
económica de la mujer. Así como la prostitución es una degradación
comercializada de la íntima comunicación sexual en beneficio sobre todo de los
varones, la pornografía audiovisual es una fórmula tecnológica de sustitución de
ese comercio carnal.
Piénsese en la frecuente
argumentación en favor de la pornografía como gratificante sexual para
discapacitados físicos o en la defensa de la enseñanza de prácticas
masturbatorias a deficientes mentales. Estos extremos —sobre los que hay
abundante bibliografía— reflejan bien el pansexualismo de la sociedad occidental
en la que algunas personas —y quizá sobre todo los estilos de vida que más se
difunden en los medios de comunicación— parecen cifrar la felicidad humana en la
satisfacción sexual. Se trata de un modo profundamente desenfocado de concebir
al ser humano, pues viene a reducir a los seres humanos a sus órganos sexuales y
a la satisfacción de su impulso sexual. Este enfoque —dominante en amplios
estratos de nuestra cultura— es realmente opuesto a la experiencia personal de
casi todas las mujeres y de la mayor parte de los varones, en especial de la
gente joven, e incapacita para comprender el preciso (y precioso) papel de la
sexualidad en el desarrollo de la personalidad y en la forja de relaciones
interpersonales.
El feminismo
contemporáneo ha vivido un amplísimo debate sobre estas materias. De una parte,
el feminismo de la igualdad —que tuvo gran expansión en los años 60 y 70—
quería liberar a la mujer de su subordinación al varón mediante la afirmación de
la individualidad, de la libertad personal de cada mujer en todos los órdenes de
su existencia. Veinte años después de la incorporación masiva de la mujer al
mercado de trabajo y de un amplio rechazo de la maternidad, ha aparecido con
notable vigor un feminismo de la diferencia que denuncia las
consecuencias indeseables que en muchos casos trajo aquel igualitarismo
masculinizante. La discusión acerca de la pornografía y la "promoción" de la
pornografía femenina es uno de los elementos de discrepancia entre ambos
feminismos[20]. En la confrontación entre ambas perspectivas, la aportación
quizá más importante es el descubrimiento de que la prometida liberación sexual
ha sido liberación efectiva sólo para los varones, pues mediante el control de
la concepción por parte de las mujeres han quedado ellos eximidos de cualquier
responsabilidad procreadora[21].
En la última década viene
desarrollándose con singular fuerza el movimiento, originado en Canadá y en auge
en Estados Unidos, para la eliminación de la pornografía no por motivos
religiosos, sino por la constatación empírica de que las películas pornográficas
causan daño a las mujeres, no sólo a las que toman parte en la filmación, sino
también a las que son violentadas por los varones excitados por esas películas o
que han aprendido en ellas nuevas prestaciones[22]. "Todo el propósito de la
pornografía es hacer daño a las mujeres", afirma Andrea Dworkin[23]. La cuestión
es objeto de amplio debate, pero la mayor parte de la evidencia disponible avala
hasta el momento esa rotunda afirmación.
¿Cómo influye la
pornografía en la vida real de sus consumidores? Así como sabemos que el tabaco
daña gravemente a la salud, ¿cómo afecta el consumo de pornografía a los seres
humanos? Los estudios científicos disponibles no llegan todavía a un consenso
total[24], pero para nuestros propósitos me parece muy certera la expresión de
que esas películas pueden herir la sensibilidad del espectador. Más aún
con esa expresión lo que quiere afirmarse es que esas imágenes pueden herir la
sensibilidad del espectador hasta el punto que se fijen de modo indeleble en su
memoria. No me estoy refiriendo sólo a aquel espectador que tenga una
sensibilidad enfermiza, obsesiva o deteriorada, sino en particular a la del
espectador sano y normal, y para ello apelo a la experiencia personal de cada
uno y al archivo de imágenes repugnantes que almacena muy a su pesar en su
memoria. Como escribe el poeta, "Si pierdo la memoria, qué pureza"[25]. La
tradición freudiana que defiende la exteriorización de las represiones tiene su
elemento de verdad, pero, en contraste, como todos tenemos comprobado, no es
verdad que las heridas de la memoria cicatricen simplemente hablando sobre
ellas.
Como la identidad humana
se construye narrativamente, uno de los elementos decisivos de la configuración
biográfica es la memoria personal. No nos acordamos de lo que queremos, sino que
—incluso mucho más a menudo— nos acordamos de lo que no queremos. Nuestra
imaginación y nuestros sueños no sólo se nutren de lo que nos ha sucedido en la
vida real, sino que se alimentan en buena medida de lo que hemos visto en las
películas. A menudo, "la representación del mundo y de los acontecimientos que
ofrecen los mass media impregna la conciencia más fuertemente que la
propia experiencia de la realidad"[26].
El negocio pornográfico
es una brutal explotación del impulso sexual de los machos, pero, quizá casi a
partes iguales, vive también de la curiosidad natural. Lo extraordinario es
llamativo, atrae nuestra atención. Se trata de lo que Laumann ha denominado el
"gaper phenomenon", el fenómeno del asombro que nos deja boquiabiertos: "Hay
curiosidad por cosas que son extraordinarias y fuera de lo corriente. Es como
pasar en coche junto a un horrible accidente. Nadie querría estar envuelto en
él, pero todos reducimos la velocidad para mirar"[27]. Esta poderosa tendencia
humana en pos de lo novedoso, de emociones nuevas y de "sabores fuertes" explica
nuestra atención privilegiada a lo extraordinario, a lo anormal y a lo desviado
que cautiva nuestra atención.
5. Algunas claves para
afrontar estas cuestiones
Debo ya enfocar el final
de mi exposición y quiero hacerlo con lo que prometí al comenzar, esto es, con
algunas pautas con las que —a mi entender— cabría afrontar este tema desde
nuestra condición de intelectuales, de humanistas. Son las siguientes enunciadas
de modo muy sumario, y quizá pueden discutirse más despacio en el coloquio ya
inminente:
1) Rechazar
sistemáticamente la pornografía en todas sus formas y denunciar su carácter
degradante tanto para las mujeres en ella utilizadas como para los
consumidores:
Como se ha dicho, la
pornografía no es tanto la explicitación de la genitalidad, como el
establecimiento de unas cadenas de excitación y consumo —de verdadera
explotación— entre creadores o productores y audiencia. En este sentido, la
pornografía sería una adicción plenamente asimilable a la droga, tanto por el
volumen de negocio que mueve, como por la borrosa distinción entre drogas duras
y blandas (hard y soft porn), o incluso por la ingenua tolerancia
satisfecha que se tiene acerca de ella en muchos países democráticos en nombre
de la libertad de expresión. Concretamente, en algunos casos la adicción a la
pornografía, el voyeurismo o intrusión visual inadvertida en el espacio
íntimo de otros, la búsqueda compulsiva de nuevas imágenes excitantes (y
prohibidas), puede llegar a trastornar realmente la conducta personal de algunos
varones, incluso entre los casados. El zapping solitario, como reflejo de
la desintegración sexual de la persona, tiene algo de todo
ello[28].
2) Luchar por la
erradicación de la excitación sexual en los medios de
comunicación:
La influencia más
negativa y general de la pornografía o el erotismo es que empobrece la
imaginación de varones y de mujeres hasta el punto de llegar a conformar
reductivamente las relaciones entre ellos. Como las relaciones entre las
personas están mediadas por su imaginación, la sistemática reducción de las
relaciones entre mujeres y varones en términos de mutua excitación sexual es una
degradación violenta de nuestra humana condición. "Nuestro almacenamiento de
imágenes constituye el recurso principal para la comprensión"[29]. En la medida
en que aspiramos a forjar una sociedad democrática, plural y respetuosa de las
diferencias entre varones y mujeres, ha de afrontarse con decisión la
eliminación de la excitación sexual en los medios de comunicación . La
tolerancia ingenua de la pornografía en los medios de comunicación (incluida
internet en la que el consumo pornográfico parece ser desbordante[30]),
so capa de libertad de expresión, es un resabio de aquel sometimiento unilateral
y multisecular de las mujeres a la satisfacción sexual de los varones. Sólo
erradicando la objetualización imaginaria de la mujer se logrará una verdadera
igualdad y una relación respetuosa de las diferencias entre varones y
mujeres.
3) Exigir una clara
identificación de los productos pornográficos como peligrosos y
contaminantes de nuestro entorno moral e intelectual para mantenerlos lo más
lejos posible, cuando no puedan ser eliminados[31]. Como escribiera C. S. Lewis,
"cuando los venenos se ponen de moda, no dejan de
matar"[32].
Las famosas autopistas de
la información de las que se hablaba hace algunos años se han convertido en
vertederos de la corrupción, a través de los que se distribuyen estilos de vida
incompatibles realmente con la dignidad humana. Por eso, se alzan voces cada vez
con más fuerza defendiendo el "derecho a la desinformación", el derecho a no
tener noticia de la intimidad sexual de otras personas, o de la perversión o las
barbaridades de nuestros congéneres, tal como se empeñan en presentarnos los
telediarios —que compiten a base de "morbo" por su cuota de audiencia— o incluso
los periódicos de información general.
Las dos primeras pautas
tienen un carácter negativo; esta tercera es un intento de contención del mal,
pero mucho más importante —y más conforme con las enseñanzas de San Josemaría—
es una actitud decididamente positiva de ahogar el mal con abundancia de bien.
He pensado que podía formularse de la siguiente manera:
4) Empeñarse en educar
la imaginación y el corazón de uno mismo y de los
demás:
Como se ha dicho
anteriormente, el consumo de pornografía es un sucedáneo degradante de la
sexualidad humana. Por el contrario, la búsqueda de una efectiva integración de
la sexualidad en la vida real de cada una o cada uno, lleva a descubrir que la
sexualidad se torna verdaderamente humana cuando se expresa en la mutua donación
entre varón y mujer, total e ilimitada en el tiempo tal como la ha entendido
siempre la tradición católica. Es preciso que nos empeñemos en un proceso de
purificación del clima social[33], que pasa no sólo por la eliminación o
contención de los productos contaminantes, sino sobre todo por la difusión de
estilos de vida creativos y solidarios, capaces de hacer más felices a los seres
humanos.
Hoy en día a la mayor
parte de los estudiantes les parece, por supuesto, mucho más atractivo el
matrimonio que el amor libre. Os invito a que defendáis el "amor romántico", la
recíproca y fiel donación para siempre del varón y de la mujer en el matrimonio,
presentando también los aspectos más exigentes de entrega personal que a veces
pueden no estar tan presentes en vuestra imaginación. Os invito también a
difundir entre vuestros amigos un estilo de vida limpio, alegre y atractivo en
el que no haya lugar para la pornografía. Un mundo sin pornografía sería un
mundo mucho mejor que el actual. Si hay pornografía es —además de una
consecuencia del pecado original— porque la vida cotidiana no llena su
imaginación. Dejadme que cite un texto de Simone Weil que expresa bien esta
paradoja de la imaginación humana: "El mal imaginario es romántico, variado; el
mal real, triste, monótono, desértico, tedioso. El bien imaginario es aburrido;
el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagante"[34]. Así es la
imaginación humana y por eso hace falta educar la propia imaginación
purificándola y desarrollándola de manera creativa.
En este sentido, la
literatura y el cine tienen un papel decisivo en el cultivo de la imaginación.
Su misión no es simplemente el entretenimiento, sino la educación más plena del
ser humano, la educación del corazón[35]: son el mejor invento para ensanchar
nuestra experiencia humana, para cultivar nuestro corazón, para educar nuestra
imaginación. A través de algunas películas o novelas nuestra experiencia
personal, tantas veces inexplicable, se ilumina hasta llegar a formar parte de
la experiencia universal humana[36]. En particular estoy persuadido de que el
cine y la literatura pueden ser el medio más eficaz para que los varones
aprendamos de la experiencia de las mujeres y las mujeres aprendan de la de los
varones, y sobre todo para que unas y otros aprendamos a tratarnos mutuamente
como personas.
Por eso, para batallar
contra la pornografía hemos de empeñarnos en llegar a ser "mejores personas" y
eso tiene que ver con el desarrollo de la imaginación, su enriquecimiento y
purificación, de forma que nuestros proyectos vitales, nuestro estilo de vida,
se definan por la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, por la
solidaridad con los demás para un crecimiento común, y no por el consumo egoísta
de sensaciones o la acumulación privada de placeres. Me decía una estudiante de
Bellas Artes no hace mucho tiempo, "no me gustaría saber que mi novio consume
pornografía" y todos la comprendemos bien.
6.
Conclusión
Debo terminar ya y quiero
hacerlo recordando a San Josemaría. Entre esas muchas cosas que la Universidad
de Navarra le debe me gusta destacar un símbolo, una imagen: la elegantísima
estatua de Santa María, Madre del Amor Hermoso, que encargó al escultor
Sciancalepore, para que en medio del campus "bendijera el amor limpio,
sano de vuestra juventud"[37]. Cuando vayáis a Pamplona no dejéis de visitarla
en su ermita cercana a la Clínica. Si vuestra visita es en sábado podréis
encontraros allí con una pareja de novios que han ido a dejarle a la Virgen en
la reja el ramo de novia. A mí me emociona siempre que lo veo. Pienso que soy un
romántico, pero pienso también que sólo con mujeres y hombres románticos puede
ganarse realmente esta batalla contra la pornografía.
Muchas
gracias.
_______
Notas
[1] En esta
presentación me baso en el texto que preparé para un seminario sobre "Claves
para abordar la pornografía en las enseñanzas de cine" en el Departamento de
Cultura y Comunicación Audiovisual en mayo de 1996. Agradezco las sugerencias de
M. Arrondo, L. Chapa, G. Díaz, A. Gallego, T. Hernández, O. Lamberto, J. López,
A. Marín, I. Martínez, C. Montes, B. Pascual, J. Pérez-Tomé, A. Piqué, M.
Revuelta y A. Romero en la preparación de este texto. Una versión más amplia con
el título "Pornografía y erotismo" está en curso de
publicación.
[2]
J. Lee, "Postcards from Planet Google", The New York Times, 28 noviembre
2002.
[3]
D. Dutonnerre, La marée noire de la pornographie: Un fléau aux origines et
aux conséquences mal connues, Editions de Chiré, Chiré-en-Montreuil,
1992.
[4] U. Eco, "Como
reconocer una película porno", Segundo diario mínimo, Lumen, Barcelona,
1994, 196.
[5] Real Academia
Española, Diccionario de la lengua española, Madrid, 2001, 22ª ed.,
s.v.
[6]
W. Percy, Signposts in a Strange Land, Farrar, Straus & Giroux, New
York, 1991, 362.
[7] Una definición
semejante puede encontrarse en D. Jones (ed.), Censorship.
A
World Encyclopedia,
Fitzroy Dearborn, London, 2001, vol. 3, 1907: "Pornography is the depiction of
sexual behaviour in the arts and media that is intended to cause or does cause
sexual arousal".
[8]
D. L. Mosher, "Pornography Defined: Involvement Theory, Narrative Context, and
Goodness of Fit", Journal of Psychology and Human Sexuality, 1 (1988),
67-85.
[9] G. Kolata, Sex in America: A Definitive Survey, Little,
Brown, Boston, 1994; P. Elmer-Dewitt, "Now for the Truth about Americans and
Sex", Time, 17 octubre 1994, 44.
[10] Juan Pablo II,
Audiencia general, 29 abril 1981, en La redención del corazón, Palabra,
Madrid, 1996, 254.
[11] Juan Pablo II,
Mulieris dignitatem, 1988, 10.
[12] Juan Pablo II,
Audiencia general, 6 mayo 1981, en La redención del corazón,
258.
[13] A. Machado, Los
complementarios, Losada, Buenos Aires, 1968, 143.
[14] C. Magris, El
Danubio, Anagrama, Barcelona, 1989, 46.
[15]
G. Steiner, "Night Words", Language and Silence. Essays 1958-1966, Faber
& Faber, London, 1985, 91. Para un cuidadoso estudio
de esta cuestión, puede verse R. Shattuck, Conocimiento prohibido. De
Prometeo a la pornografía, Taurus, Madrid, 1998.
[16]
T. Sancton, "Preying on the Young", Time, 2 septiembre 1996,
22-25.
[17] Un estudio de la
Carnegie Mellon sobre pornografía en internet aportaba los datos de que
el "98,9% de los consumidores on-line de pornografía son varones. Y hay
alguna evidencia de que del restante 1,1% muchas son mujeres pagadas para tomar
parte en las "chat rooms" y en los boletines para que los clientes se
sientan más a gusto". P.
Elmer-Dewitt, "On a Screen Near You: Cyberporn", Time, 3 julio 1995,
38.
[18]
Cf. G. Cowan y K. F. Dunn, "What Themes in Pornography Lead to Perceptions of
the Degradation of Women?", Journal of Sex Research, 31 (1994), 11-21; D.
Linz y N. Malamuth, Pornography, Sage, Newbury Park, CA, 1993,
4.
[19]
D. L. Mosher y P. MacIan, "College Men and Women Respond to X-rated Videos
Intended for Male or Female Audiences: Gender and Sexual Scripts", Journal of
Sex Research, 31 (1994), 108.
[20]
S. M. Easton, The Problem of Pornography. Regulation and the Right to Free
Speech. Routledge, London 1994;
R. Osborne, "Liberalismo y feminismo: ¿Un dilema para las mujeres?", Doxa, 13
(1993), 285-299; J. Malem, "Feminismo radical, pornografía y liberalismo", Doxa,
13 (1993), 301-314.
[21]
S. Graham, "What Does a Man Want?", American Psychologist, 1992 (47),
837.
[22] M. Serrill, "Smut
that Harms Women", Time, 9 marzo 1992, 48; K. Mahoney, "Por una sociedad
más limpia", Nuestro Tiempo, diciembre 1992, 86-91; C. MacKinnon, Only
Words, Harvard University Press, 1994; M. Le Doeuff, El estudio y la
rueca. De las mujeres, de la filosofía, etc., Cátedra, Madrid,
1993.
[23]
A. Dworkin, Pornography: Men Possesing Women, Women"s Press, London,
1981; P. Elmer-Dewitt, "On a Screen Near You: Cyberporn",
41
[24] D. Zillmann,
"Effects of Prolonged Consumption of Pornography", en D. Zillmann y J. Bryant
(eds.), Pornography: Research Advances and Policy Considerations,
Lawrence Erlbaum, Hillsdale, NJ, 1989, 127-157 y R. J. Harris, "El impacto de
los media explícitamente sexuales", en D. Zillmann y J. Bryant (eds.), Los
efectos de los medios de comunicación. Investigaciones y teorías, Paidós,
Barcelona, 1996, 329-364; véase también D. Linz y N. Malamuth,
Pornography, 16-28.
[25] P. Gimferrer,
Arde el mar, Cátedra, Madrid, 1994, 132. Sobre
la memoria de imágenes sexuales, L. Downey et al, "How Could I Forget?
Inaccurate Memories of Sexually Intimate Moments", Journal of Sex
Research, 32 (1995), 177-191.
[26] J. Ratzinger,
Cooperadores de la verdad, Rialp, Madrid, 1991,
276.
[27]
E. Laumann, Sex in America, 1994; P. Elmer-Dewitt, "On a Screen Near You:
Cyberporn", 40.
[28] Consta que el
tratamiento mediante Prozac contra la depresión puede eliminar en algunos casos
esa adicción P. Kramer, Listening to Prozac, Penguin, New York, 1997; cf.
C. Wallis, "Medicine for the soul", Time, 11 julio 1994,
60.
[29] E. W. Eisner, "La
incomprendida función de las artes en el desarrollo humano", Revista Española
de Pedagogía, 50 (1992), 21.
[30] Cf. E. Subirats,
Culturas virtuales, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001,
167.
[31] Cf. R. Shattuck,
Conocimiento prohibido, 359.
[32] C. S. Lewis, A
Preface to "Paradise Lost", cap IV; cf. R. Shattuck, Conocimiento
prohibido, 347.
[33] Cf. Catecismo de
la Iglesia Católica, 2525.
[34] S. Weil, La
gravedad y la gracia, Trotta, Madrid, 1994, 111.
[35] N. Grimaldi, "El
aprendizaje de la vida a través del cine y la literatura", Nuestro
Tiempo, diciembre 1994, 116-125.
[36]
W. Percy, Signposts in a Strange Land, 359.
[37] Conversaciones
con Mons. Josemaría Escrivá, Rialp, Madrid, 1968, n.
85.
(*) Jaime Nubiola
(jnubiola@unav.es) es profesor agregado de Filosofía en la Universidad de
Navarra.
Fuente:
www.arvo.net